martes, octubre 15

Así serán los gladiadores que lucharán contra las pandemias del futuro | Formación | Economía

La concesión, esta semana, del Nobel de Medicina a Katalin Karikó y Drew Weissman por la vacuna de la covid, supone el reconocimiento de un esfuerzo sin precedentes ante una amenaza a la salud pública global. Pero también, dada la complejidad de la investigación en campos como las enfermedades infecciosas y la inmunología, refuerza la trascendencia de la investigación colaborativa como una de las tendencias más relevantes que ha dejado la pandemia. “Ahora vemos, más que nunca, la importancia de colaborar entre investigadores de diferentes campos específicos, y cómo son necesarios todos ellos para avanzar rápidamente en el desarrollo de un diagnóstico efectivo, de una terapia o de una vacuna”, sostiene José Manuel Bautista, profesor del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid.

El concepto central al que se refiere Bautista, tan loable e idealista como lógico y esencial, es el de priorizar la cooperación a la competencia, además de entender la salud como una disciplina multidisciplinar que requiere la colaboración entre especialistas de muchos campos científicos: es el concepto del One Health (o Salud Única), que no surge de la pandemia pero que sin duda se ha reforzado con ella: “La salud del ser humano es realmente la salud del planeta, y eso incluye a los animales y los ecosistemas; a partir de ahora la salud debe entenderse como algo global que depende también de la sostenibilidad de las acciones del ser humano y de poder frenar el cambio climático; debe incluir aspectos sociales y, en el campo de la economía, fortalecer los sistemas de salud y la capacidad de respuesta a nivel mundial”, añade.

Un cambio de perspectiva que, además, implica colocar a la medicina preventiva y la salud pública bajo un foco de atención al que quizá nunca se le había prestado la atención debida. “Ese enfoque One Health busca ir mucho más a los aspectos preventivos de lograr un estado basal de buena salud que a solamente curar las enfermedades, cuando estas aparecen”, afirma por su parte Jesús Pérez Gil, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Biología de la Complutense. Se dice pronto, pero adoptar este enfoque implica acometer un profundo cambio estructural en la forma en que nos cuidan. Vamos en la dirección correcta, piensan ambos, pero queda mucho por hacer.

¿Hacia dónde va la investigación?

El Nobel de Karikó y Weissman es también el momento idóneo para situarse en medio del cruce de caminos y mirar tanto a lo conseguido como a lo que nos puede aguardar: “En la pandemia hemos aprendido que se puede analizar, de forma continuada, la presencia de potenciales patógenos en las aguas residuales, en el aire, en los alimentos, en las personas… y con ello prever, en muchos casos, la aparición de focos infecciosos”, señala Pérez Gil. “Y hemos aprendido lo que no sabíamos sobre los mecanismos de transmisión de las enfermedades infecciosas respiratorias, como por ejemplo a través de los aerosoles que exhalamos al aire con el que posteriormente entramos en contacto en los diferentes espacios y ambientes (y que no solo es válido para la covid, sino también para otras enfermedades como la gripe)”, añade. Conocimientos que han valido para diseñar estrategias que eviten la exposición de personas vulnerables, o para monitorizar la creación y el mantenimiento de espacios seguros en los que respirar aire de calidad.

Pero también es hora de mirar hacia adelante y prestar atención a los campos que están llamados a ser más relevantes en el campo de la investigación:

  • La inmunoterapia, que permite ayudar al sistema inmunológico para combatir la infección. Actualmente se está desarrollando tanto para el sida como para el cáncer.
  • Las vacunas y terapias inmunológicas basadas en ARN mensajero y sistemas de nanotecnología. “El éxito de las vacunas de la covid ha permitido acelerar proyectos en estos campos que mejorarán, en los próximos 10 años, la prevención y el tratamiento de enfermedades infecciosas como la malaria, el sida y muchas de las infecciones olvidadas del tercer mundo”, sostiene Bautista.
  • La pandemia ha puesto de relieve la necesidad de investigar y prepararse para enfermedades infecciosas emergentes, incluyendo virus que aún se desconocen o que están latentes en organismos silvestres.
  • Combatir la resistencia a los antibióticos, que sigue siendo un problema crítico.
  • La monitorización y vigilancia epidemiológica permite avanzar hacia una salud global por medio de la cooperación internacional “y la recopilación de datos a gran escala, incluyendo la secuenciación genómica masiva”, apunta Bautista. Así, explica, se podrán rastrear enfermedades infecciosas que, gracias a tecnologías como la inteligencia artificial y el aprendizaje automático, permitirán modelar sistemas globales para prevenir y controlar las enfermedades infecciosas.

¿Qué profesionales se necesitan?

El enfoque multidisciplinar al que se referían ambos académicos evidencia la gran variedad de especialidades que toca la investigación científica. Solo en el campo de las vacunas y la inmunología, podemos señalar una gran variedad de perfiles, como inmunólogos (especialistas en el estudio del sistema inmunológico y de su respuesta a vacunas e infecciones); microbiólogos y virólogos (que estudian las propiedades de los microorganismos y su relación con el sistema inmunológico); epidemiólogos (que analizan la propagación de enfermedades en las poblaciones, entre otras cosas); bioquímicos y biólogos moleculares; farmacólogos y químicos (para la investigación y desarrollo de vacunas); médicos clínicos especialistas; científicos de datos y bioinformáticos (que analizan una gran cantidad de datos relacionados con la inmunología y las vacunas, lo que ayuda a identificar biomarcadores); o ingenieros biomédicos (que diseñan los sistemas de administración de vacunas y desarrollan tecnologías de diagnóstico).

Esta ingente variedad se refleja, lógicamente, en el tipo de estudios universitarios, grados y especializaciones recomendadas para aquellos que quieran dedicarse profesionalmente a este tipo de investigación: “En mi opinión, necesitamos personas que adquieran primero una formación sólida en ámbitos fundamentales como la biología, la medicina o el medio ambiente; y que puedan especializarse gracias a otros campos como la estadística; la bioinformática; el análisis matemático y los desarrollos clínicos y farmacéuticos”, esgrime Pérez Gil, para quien además es importante realizar un enfoque humanista que contemple el impacto de las enfermedades en la vida de las personas y poblaciones.

Retos y desafíos

Ante la aparición de nuevas enfermedades poco o nada conocidas hasta la fecha; Bautista señala retos de muy diversa índole, que van desde los aspectos económicos (la carencia de una financiación sostenible que facilite la investigación, el desarrollo de vacunas y los tratamientos para enfermedades infecciosas); a los científicos (una vacunación insuficiente para erradicar enfermedades prevenibles y que aumentan el riesgo de nuevos brotes; la resistencia microbiana); e incluso financieros y políticos (asegurando un acceso equitativo a vacunas, tratamientos y tecnologías médicas para todo el mundo, así como infraestructuras de salud que en algunos casos no existen a nivel preventivo o investigador).

Tecnología aplicada a la ciencia

Como en todos los campos, la tecnología juega un papel fundamental en el desarrollo de cualquier avance significativo. Pero ninguna tecnología aparece de repente, sino que es fruto del trabajo investigador y del conocimiento acumulado por el ser humano a lo largo de su historia. Y es que, además de las tecnologías ya mencionadas, se pueden señalar muchas otras: “Por ejemplo, todos los avances en la inmunología y las terapias celulares serían impensables sin un desarrollo previo de tecnologías muy sofisticadas. Las vacunas basadas en ARN no serían posibles sin la posibilidad de fabricar con una gran precisión nanopartículas muy elaboradas (llamadas así por tener un tamaño de decenas y centenas de nanómetros, la milmillonésima parte de un milímetro); el conocimiento al detalle de la secuencia de nuestro mapa genético completo y la metodología para modificarlo de forma muy precisa.

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