martes, octubre 15

Forrado de leyes, fútbol sin ley | Fútbol | Deportes

Murió el fútbol de las cuatro reglas, intuitivo, un poco elástico y a veces golferas, que servía para todos. Juego de reglamento sencillo que entraba por la piel. Lo entendía igual de bien el futbolista profesional y el crío que empezaba a patear el balón. No le fue mal a ese fútbol sin pretensiones que, de vez en cuando, detectaba un problema y lo arreglaba. Cuando la cesión de la pelota al portero se volvió escandalosa, se cambió la norma y el juego cobró una nueva vitalidad. No había que ser un genio para comprender la decisión y seguir adelante. Ese tiempo ha terminado. De las cuatro reglas, el fútbol ha pasado a los logaritmos neperianos y no hay quien lo entienda.

En la última semana se han producido nuevos casos que explican el desconcierto general, provocado por la masiva invasión de normas que de un tiempo a esta parte nos alteran y confunden. En el partido Atlético de Madrid-Feyenoord, el árbitro concedió dos goles a Morata, que se aprovechó de dos órsays de Saúl y Griezmann. El primero fue calcado al gol de Mbappé contra España en la final de la Liga de las Naciones en 2021. El de la victoria, por si hiciera falta recordarlo. Como Eric García aquella noche, un defensa holandés actuó in extremis para despejar el pase al jugador que estaba a su espalda, en clamoroso fuera de juego. La pelota salió dirigida a Morata, que marcó. Desde el VAR se reclamó la presencia del árbitro, el inglés Anthony Taylor. Acudió a la pantalla y no varió su decisión. Gol.

A raíz del gol de Mbappé contra España —en posición ilegal, se aprovechó del apuradísimo despeje de Eric García—, se abrió un debate monumental que la International Board, el papado del fútbol en cuestiones arbitrales, cerró poco después con una circular: “No es juego deliberado cuando el defensor toca el balón de manera forzada, teniendo que extender sus extremidades para alcanzar la pelota, sin tiempo para realizar el control del cuerpo y la situación”.

Taylor olvidó la dichosa circular en el primer gol y confirmó el segundo, un cabezazo de Morata, que sacó ventaja de la posición ilegal de Griezmann y su evidente intervención en la jugada. No tocó la pelota, pero acudió al centro. Una jugada similar, sancionada con un criterio diferente, se produjo en el Granada-Barcelona en el gol anulado a João Félix. El árbitro, Soto Grado, decretó fuera de juego por el intento de remate de Ferran Torres, en una posición tan ilegal como la de Griezmann, aunque menos nítida. Decisiones opuestas para una misma jugada, con el ojo vigilante del VAR y un puñado de árbitros en el cuarto oscuro.

En el Atlético-Real Sociedad, Munuera tuvo un problema de manos: las de Morata en su área y de Carlos Fernández en la suya. Decretó penalti en la acción del jugador de la Real Sociedad y no en la de Morata. Cuando se trata de las manos en área, que Dios nos ayude, porque no hay circular que lo aclare. Entrenadores, jugadores y aficionados confiesan su desaliento en este carajal, presidido por el descrédito del arbitraje, una industria creciente que ha encontrado en el VAR el mejor aliado para manosear el fútbol y llevarlo a un estado de máxima confusión.

Es un problema de alcance universal. En la Premier League se suceden las lamentaciones del organismo encargado de gestionar el VAR por errores incomprensibles, tan incomprensibles en Inglaterra como en España, donde ni tan siquiera se practica la elegancia de la disculpa en un fútbol cada vez más forrado de leyes, pero cada vez más alejado de la vieja ley, la que se bastaba con cuatro reglas.

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