A través de los ventanales de su trabajo, Lidia San Deogracias contempla a unas vacas imperturbables y, tras ellas, ve unas majestuosas montañas que tienen la forma de una mujer tumbada. “Es el paisaje que a mí me emociona, la naturaleza”, confiesa. Todos los días a las cinco y media de la tarde sale de la planta de Bezoya en Ortigosa del Monte y tarda 15 minutos en llegar a su pueblo natal, Villacastín (ambos en Segovia). De esta manera, San Deogracias consigue algo poco habitual: conciliar la vida laboral con la profesional y cumplir aspiraciones como ver todos los días a sus padres o emplear las tardes en pasear por el campo o explorar nuevas rutas con su pareja y su perro. “En Madrid me sentiría sola, estresada”, reconoce. Desde 2021, esta mujer de 28 años es administrativa en esta empresa envasadora de agua perteneciente al Grupo Pascual ubicada en una localidad que no llega a los 600 habitantes pero que, junto a la otra planta embotelladora con la que cuenta el grupo en Trescasas (a 27 kilómetros de Ortigosa y de apenas 1.000 habitantes), da empleo directo e indirecto a unas 1.100 personas. Según el último informe de la Federación Española de Industrias de la Alimentación y Bebidas (FIAB), el 74% de industrias dedicadas a estos bienes se concentra en localidades con menos de 50.000 habitantes.
Reconocida nacionalmente por su manantial, Ortigosa del Monte vive, según su alcalde, Juan Carlos Cabrejas Mínguez, de la ganadería, la construcción o la jardinería; pero, como él reconoce, su seña de identidad es Bezoya. La empresa la creó en 1974 el fundador de Grupo Pascual, Tomás Pascual Sanz, quien aprovechó la cercanía del manantial. “Cuando llegué a alcalde, en 2015, me senté a hablar con los portavoces de la embotelladora y nos planteamos qué podía hacer Ortigosa por Bezoya y viceversa”, rememora, refiriéndose así a lo que él denomina como “relación de simbiosis” entre el pueblo y la empresa. “Para nosotros, tener una garantía así de creación de empleo y riqueza es un lujo”, afirma.
De los más de dos millones de empleos directos e indirectos que genera el sector de alimentación y bebidas a nivel nacional, el 15% se localiza en la España vaciada, según FIAB. Borja López es uno de esos trabajadores. A los 17 años se fue a vivir a Valladolid para estudiar Ingeniería Industrial, disfrutó de “las aventuras y las experiencias académicas” en la ciudad y a los 24 volvió a su pueblo de Segovia, Cantimpalos. Tras probar el “frenetismo”, prefirió un ritmo más desacelerado: “Siempre había querido vivir cerca de aquí”, admite. En 2010 se incorporó a Bezoya como responsable de Excelencia y hoy es el adjunto al director de las plantas en la provincia. En estos 13 años, ha vivido la evolución de la empresa de primera mano: “Cuando entré rondaban los 250 millones de litros de envasado al año y he visto casi triplicar ese dato; estamos ahora mismo en unos 600 millones. Pasamos de tener más de 100 personas en plantilla a llegar a las 200 este año”, señala este segoviano de 37 años. En 2018 se inauguró una nueva planta de 15.000 m² en Ortigosa, lo que ha aumentado la capacidad productiva de Bezoya en un 10%.
A la par, el pueblo ha ganado más servicios: “Es más atractivo para los jóvenes, para los que buscan un lugar para asentarse”, prosigue. De hecho, en 10 años Ortigosa ha duplicado su población. Aun así, el alcalde Cabrejas quiere evitar un crecimiento disparado: “No nos gustaría que aumentara muchísimo la población porque puede significar el incremento de precios o la tensión social”, explica. Por eso reivindica lo tradicional, como las caceras (zanjas por donde se conduce el agua para regar) que recorren sus calles: “Hoy día tenemos la esencia de lo que Ortigosa fue, pero mejorada, con calles asfaltadas, señales de tráfico, un consultor de médico excelente o un gimnasio”, concluye.
Aranda de Duero, o cómo triplicar la población en 50 años
Un ejemplo paradigmático de crecimiento y fijación de población gracias a la industrialización de una zona es Aranda de Duero (Burgos). Marcada por su desarrollo industrial, en ella se concentran grandes empresas como la farmacéutica Glaxo Smith Kline, la compañía de neumáticos Michelin o Pascual. Antonio Linaje, su alcalde, señala que estas compañías ofrecen mano de obra, pero, además, cuentan con un departamento de innovación que “es fundamental para generar sinergias con otros sectores y garantizar el futuro y la continuidad del tejido económico”.
El auge en este municipio al sur de Burgos comenzó en los años 60 –la fábrica de Pascual empezó a funcionar en 1969– cuando tenía unos 10.000 habitantes. Esta cifra se ha triplicado hasta alcanzar los 33.172 en 2022, y la ciudad es la tercera más industrializada de Castilla y León, según Linaje: “Además, los recursos se distribuyen entre toda la comarca, por eso nos debemos mucho mutuamente. También por eso es necesario que haya servicios públicos de calidad en toda la zona”, reitera. Es decir, no es que la industria de Burgos se deslocalice y se desplace a Aranda de Duero, sino que son complementarias. “No somos una ciudad dormitorio”, sostiene, y señala que esto la convierte en una población más independiente. “Ahora se está hablando mucho de la ciudad sostenible, la de los 15 minutos. Aquí, para ir a trabajar, te puedes desplazar hasta en bici, y no tardas mucho. Yo creo que ese es el modelo de desarrollo adecuado que debemos seguir”, señala.
Nicolás del Burgo y Rubén Ciruelos son el ejemplo de dos generaciones de trabajadores que han conseguido quedarse a vivir en la zona gracias a su desarrollo industrial. El primero tiene 21 años, vive en Gumiel de Izán y tarda exactamente 10 minutos en coche en llegar a la fábrica de Pascual en Aranda.
Cuando terminó el grado superior de Electromecánica, su objetivo era asentarse en su comarca y evitar el despoblamiento. Lo consiguió cuando lo contrataron como técnico de Mantenimiento en la planta: “Cada día es diferente, estoy en un constante aprendizaje. Sobre todo, gracias a mis compañeros, que tienen mucha más experiencia”, se enorgullece. Ciruelos es uno de esos trabajadores más veteranos, ya que lleva 22 años en la fábrica arandina. Aún recuerda sus primeros días, cuando se sentía abrumado por estar en una gran compañía. “Y eso que yo la he visto crecer”, rememora. Comenzó en cuanto terminó su grado superior de Mantenimiento Industrial y ha percibido un inmenso avance tecnológico y espacial. El complejo cuenta actualmente con unos 200.000 m² de superficie en los que reciben diariamente unos 800.000 litros de leche procedente de diferentes proveedores locales (el 96% de la materia prima de Pascual procede de proveedores de cercanía, según el grupo).
Ciruelos solo tiene una reivindicación: “Haría falta incentivar la vivienda joven”. Lo demás son facilidades para este arandino de 42 años. Disfruta de la rutina en su pueblo: “Aquí se vive bien. No tienes vecinos pared con pared, no escuchas ruidos y estás tranquilo”. Tampoco tiene que meter la bicicleta en el coche para llegar a la sierra: “Salgo de casa y tengo el campo en la puerta”.