sábado, noviembre 9

Estados Unidos trata de reparar sus relaciones con China en medio de las turbulencias globales | Internacional

Mientras encara dos conflictos a cuál más grave —la guerra en Ucrania y la crisis en Oriente Próximo entre Israel y Hamás—, Estados Unidos trata de suavizar sus lazos con China, su gran rival sistémico. Y, si no fumar una pipa de la paz entera, al menos entablar una relación de trabajo que arroje resultados. Un objetivo en el que es una pieza fundamental la visita del jefe de la diplomacia china, Wang Yi, estos días a Washington. El consejero de Estado y ministro de Exteriores se ha reunido este viernes con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca, en un encuentro que el Gobierno de EE UU ha descrito como “un acontecimiento positivo”.

Wang se ha visto por espacio de una hora con Biden en la sala Roosevelt de la Casa Blanca, donde ambos dignatarios han abordado la situación en Oriente Próximo y la relación bilateral. El presidente estadounidense “enfatizó que Estados Unidos y China deben gestionar de modo responsable su competición en la relación y mantener abiertas las líneas de comunicación”, según ha indicado la Casa Blanca en un comunicado. Ambos países también “deben colaborar en la solución de desafíos globales”, expuso el jefe de Estado.

El representante chino, que llegó el jueves a Washington, se ha reunido en dos ocasiones con el secretario de Estado, Antony Blinken, con quien el día de su llegada también mantuvo una cena a puerta cerrada. Este viernes tenía previsto también conversar con el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan. Tanto Sullivan como Blinken estuvieron presentes en la cita con Biden.

Al comienzo de su reunión con Blinken en el Departamento de Estado, con la que abría su agenda oficial, Wang insistía en que China y Estados Unidos “mantenemos diferencias, pero también compartimos desafíos comunes que debemos resolver juntos”. “Necesitamos mantener el diálogo para mejorar el entendimiento mutuo, reducir los malentendidos, buscar la cooperación, de modo que estabilicemos la relación y volvamos al camino de un desarrollo sano”, instaba. Su homólogo estadounidense se pronunciaba de un modo mucho más taciturno: “espero con anticipación nuestras conversaciones en estos dos días”, se limitaba a decir.

El objetivo de la visita es preparar la posible asistencia de Xi en poco más de dos semanas a la cumbre de la APEC, el foro de cooperación económico Asia-Pacífico, en San Francisco y de la que Estados Unidos es anfitrión. Su participación daría pie a una reunión entre Xi y Biden, la primera cara a cara de ambos desde hace doce meses y en un momento geopolítico clave, uno de esos que a decir del propio Biden “marcarán las próximas décadas”.

Las dos grandes potencias y rivales sistémicos aseguran que, aunque hay asuntos en los que nunca podrán de acuerdo -derechos humanos o la situación de Taiwán son algunos de los más obvios-, quieren gestionar sus lazos de manera responsable. Su relación es la más importante y compleja del mundo: al tiempo que compiten en áreas como la innovación tecnológica, la pujanza militar o la influencia diplomática, mantienen una codependencia comercial y comparten intereses en la lucha contra el cambio climático.

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“Libramos una competición con China en todas las maneras posibles, política, económica y otras, respetando las normas internacionales. Pero jamás buscamos el conflicto”, resumía el miércoles Biden, en una rueda de prensa junto al primer ministro australiano, Anthony Albanese, en la Rosaleda de la Casa Blanca. Albanese, líder de uno de los países mejores aliados de Washington, tiene previsto viajar a Pekín para reunirse con Xi inmediatamente antes del posible desplazamiento del dirigente chino a California, a mediados de noviembre.

Altos funcionarios estadounidenses han indicado su esperanza de que las reuniones con Wang y Xi permitan “una posición más constructiva” de las relaciones. Por su parte, China asegura que quiere que las visitas a Estados Unidos de sus representantes sirvan para “enderezar el camino” en esos lazos.

Según la Casa Blanca, los altos cargos estadounidenses abordan con Wang cuestiones como las actividades de Pekín en el mar del Sur de China, cuya soberanía Pekín se atribuye casi por completo. Esta semana, Filipinas, que reclama parte de esas aguas, denunciaba dos colisiones entre buques de la República Popular y barcos suyos en una zona en disputa. El jueves, el Pentágono denunciaba que un avión militar chino se acercó en exceso a un bombardero estadounidense en un sobrevuelo del mar del Sur.

La Casa Blanca también planteará a su interlocutor chino la necesidad de restablecer los contactos entre las respectivas Fuerzas Armadas, para evitar que algún incidente desemboque en una crisis de graves consecuencias. Esos contactos permanecen interrumpidos desde la visita a Taiwán, en agosto del año pasado, de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. La crisis actual en Oriente Próximo también figura de manera destacada en la agenda, según apuntaba este jueves el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, John Kirby.

Hasta el momento, Washington ha visto con decepción cómo China ha apoyado, al menos de manera indirecta, a Rusia en la guerra en Ucrania, y se ha puesto del lado árabe en el conflicto en Oriente Medio. La Administración Biden aspira a que Pekín desempeñe un papel constructivo en ambos conflictos y ejerza su influencia sobre las partes para lograr una solución pacífica y pronta en Ucrania, y disuada a Irán y a grupos patrocinados por ese régimen de intervenir en la crisis entre Israel y Hamás.

Las relaciones entre los dos países habían tocado fondo a raíz del viaje de Pelosi y, sobre todo, el derribo estadounidense de un globo aerostático chino que atravesó su territorio en febrero. Aquella acción ordenada por el Pentágono motivó que Blinken aplazara un viaje a Pekín en el último momento; un viaje que habían pactado tres meses antes personalmente Biden y Xi en la cumbre del G20 en Bali en noviembre de 2022, la única ocasión hasta el momento en que se han visto cara a cara desde que el demócrata asumió la presidencia. Ambos acordaron entonces relanzar unas relaciones que habían comenzado su deterioro en 2018, cuando la entonces Administración de Donald Trump impuso aranceles sobre 50.000 millones de dólares en importaciones chinas.

Desde el fiasco del globo, ambos países han dado pasos cautelosos para distender la relación. Sullivan y Wang se han reunido en dos ocasiones, en Viena y en Malta. Varios altos cargos de la Administración Biden han viajado a Pekín: desde el propio Blinken en junio a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, pasando por la titular de Comercio, Gina Raimondo. En septiembre, el secretario de Estado hablaba con el vicepresidente chino, Han Zheng, durante la participación de éste en la Asamblea General de la ONU. Y hace dos semanas, Blinken conversaba con Wang sobre la crisis en Oriente Próximo.

Pero, pese a las declaraciones de buena voluntad. Los actos de rivalidad continúan. En su petición al Congreso la semana pasada de 105.000 millones de dólares principalmente para asistencia militar a Ucrania e Israel, la Administración Biden ha incluido 7.400 millones de dólares para inversiones económicas y militares con las que responder al auge de China en Asia. Pekín vetaba en el Consejo de Seguridad de la ONU una propuesta de resolución de Estados Unidos en torno a la ayuda humanitaria en Gaza.

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