La nueva llamarada de violencia prendida por el inaceptable, bárbaro ataque de Hamás contra Israel en el contexto de la ilegal y opresora ocupación israelí de Palestina tiene, por supuesto, raíces locales. Pero una precisa interpretación de su génesis, objetivos y consecuencias requiere aplicar una mirada no solo local o regional, sino global. Las acciones e inacciones de otros actores —cercanos y lejanos— son clave. También lo es el contexto de un mundo en el que, de forma violenta o de otras maneras, muchos países intentan cambiar el orden global, en el que se configuran nuevas alianzas y cambios de relaciones, en el que grandes acontecimientos acaparan la atención y hacen que se descuiden otros asuntos.
Pero no solo el contexto influye en el conflicto, también será al revés. Este estallido sin precedentes tendrá impacto en ese escenario global agitado, donde brotan guerras —Ucrania, Azerbaiyán— o proliferan tensiones —entre las superpotencias, Estados Unidos y China; o en el Sahel, con una serie de golpes de Estado—. Con toda probabilidad, será un impacto intenso.
Génesis
De los múltiples factores externos que influyen en el estallido cabe destacar dos, de muy distinta índole. El primero, directo, es el apoyo fáctico que Irán presta a Hamás, considerada una organización terrorista por la UE o EE UU, entre otros. Está pendiente de esclarecer si Teherán ha desempeñado un papel de ayuda planificadora, pero desde luego su soporte material es esencial. Cabe recordar que Irán está muy alineado con Rusia y China, y que esta última ejerce influencia sobre el primero por la vía de su importancia económica para un país sin acceso a los mercados occidentales.
En un plano diferente, poca duda cabe de que el olvido internacional de la cuestión palestina, la escasa o nula presión sobre sucesivos gobiernos de Netanyahu, y no solo para que revirtieran sus políticas de ocupación y negociaran con los palestinos, han facilitado la alimentación de una bomba de ira que ha estallado ahora de manera radicalmente condenable.
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Finalidades
Tampoco cabe duda de que las finalidades principales del ataque de Hamás tienen una dimensión global. No solo la genérica de reclamar la atención sobre una situación de opresión sin ninguna perspectiva de mejora tras medio siglo de ocupación. También la específica de dinamitar el proceso de normalización de relaciones entre Israel y países árabes, patrocinado primero por la Administración Trump (con Emiratos Árabes y Marruecos) y ahora por la de Biden (con Arabia Saudí). Esto es la clave fundamental.
Consecuencias
Las primeras son, por supuesto, las que afectan a las víctimas civiles del conflicto. La acción de Hamás merece una condena sin matices. Israel tiene el derecho de defenderse, pero debe hacerlo con contención, respetando el derecho internacional. El anuncio del ministro de Defensa, que apunta a un asedio que corte el agua, la comida y la electricidad a la ciudadanía de Gaza, es un castigo colectivo inaceptable. Está por ver si el conflicto se extenderá con una confrontación abierta entre Israel y Hezbolá.
Pero, aunque en un segundo plano, las consecuencias geopolíticas también van a ser muy relevantes. Cabe temer que sean pésimas sobre un tablero global ya agitado, creando una nueva fractura que genera contraposiciones y animosidades.
Ante el conflicto hay tres bloques. Uno encabezado por Occidente y la India —cuyo primer ministro desarrolla una política nacionalista hindú que margina a los musulmanes—, desplegados en defensa cerrada de Israel. Otro, en el que figuran China, Rusia y gran parte de los países del sur global, que se limita a reclamar un cese de las hostilidades y que denuncia una fuerte hipocresía de Occidente por la aquiescencia ante la ocupación israelí. En este bloque se hallan los gobiernos de algunos países árabes o musulmanes no árabes, que afrontan el problema de un sentimiento popular muy favorable a los palestinos, como demuestran los coros en algunos estadios. Y luego un tercer bloque, liderado por Irán, con aquellos que respaldan la causa palestina.
Esta configuración específica relacionada con el conflicto sin duda incidirá en el fluido estado de las relaciones internacionales. Vivimos una etapa de profundo cambio marcada por la impugnación del orden mundial por parte de potencias como China, India y Rusia. En esta reconfiguración, los distintos actores del marco multipolar buscan afianzar sus posiciones con nuevas relaciones.
La espiral de violencia desatada por Hamás complicará, de entrada, el desarrollo de las maniobras de normalización de las relaciones entre países árabes e Israel. Propina además un golpe durísimo a quienes se esforzaban en encauzar las relaciones entre Occidente e Irán y garantizar un renovado control internacional sobre su programa nuclear. Y, por supuesto, distraerá, parcialmente, a Estados Unidos de sus prioridades estratégicas.
Dará, por otra parte, alas a quienes reprochan a Occidente doble estándares cuando se trata del sufrimiento de árabes o africanos. Esto es un argumento muy consolidado en el sur global. Un ejemplo, entre tantos, es la intervención el pasado mes de septiembre del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la ONU, cuando preguntó: “¿Cuál es la diferencia entre Ucrania y Palestina? ¿No es hora de acabar con ambas guerras?”. Obviamente, hay diferencias, porque Israel no estaba bombardeando todos los días a gran escala a los palestinos, como hace Rusia en Ucrania, pero está claro que hay un punto moral en el lavarse las manos de Occidente ante la sustancia y la forma de la ocupación israelí.
En esta línea, cabe notar otra brecha: aquella en el seno de las izquierdas en los países democráticos. Ya pasó con la guerra de Ucrania, en la que las alas extremas no quisieron respaldar el apoyo a Kiev para defenderse ante la invasión en una interpretación, cuando menos, radical del concepto de pacifismo. Ahora, a la vista de las evidentes injusticias sufridas por el pueblo palestino, a algunos les cuesta pronunciar una condena rotunda y sin paliativos de acciones violentas con características completamente inaceptables.
El anuncio de un comisario europeo según el que se suspendía la ayuda humanitaria de la UE a los palestinos también evidenció posibles líneas de fricción en la Unión, con algunos gobiernos inmediatamente incómodos con la decisión y otros favorables. Posteriormente, otro comisario rectificó la posición. Al margen del desenlace, el episodio muestra otra posible vía de tensión. Una más en la amplia serie que, desde este pequeño rincón de la Tierra, se propagan a escala global como círculos en el agua tras caer una piedra pesada.
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