Escupió el aro el triple de Abrines que nos podía haber mandado a la prórroga, y la aventura española terminó cruelmente, sin ni siquiera llegar a los cruces de cuartos y con el billete para los Juegos de París 2024 muy comprometido. Mucho castigo para un equipo que compitió como casi siempre, pero al que le faltó continuidad en el juego, fluidez ofensiva y sobre todo, un tipo de jugador que hace dos meses lo teníamos por duplicado (Ricky Rubio y Lorenzo Brown) y que por las circunstancias ya conocidas, nos quedamos sin ambos.
En este baloncesto moderno las distancias entre los equipos se han ido acortando, sobre todo en ciertas alturas de competición, donde los partidos se decantan por unos pocos detalles. En esos territorios de definición, el contar con un jugador que sea capaz de, bien generar juego a su alrededor, bien resolver por él mismo, vale su peso en oro. En sus dos últimas hazañas, España los tuvo. Rubio dominó el Mundial 19, Brown se coronó en el Europeo 22. Cuando las pulsaciones se disparan, cuando las defensas parecen infranqueables, cuando sufres una sequía o lo que esta en juego pesa como una losa, es el momento de contar con un jugador capaz de adueñarse de la pelota y a la vez del partido, creando, haciendo pivotar a su equipo a partir de sus movimientos, asistiendo o anotando. Lo que le faltó a España, lo tuvo Canadá en la figura de Shai Gilgeous Alexander, un escándalo de jugador. Viéndole la cara, parece que no se entera, pero cuando agarra el balón, madre mía. Elegante, felino, silencioso, implacable.
En el último acto, la diferencia de funcionamiento entre ambos equipos fue notoria. España, una vez que vio esfumarse en un pis pas su gran diferencia al final del tercer cuarto (uno de sus déficits en este campeonato) sudaba tinta para anotar, agobiada por la presión de un equipo más atlético. En cambio, Canadá una y otra vez se encomendaba a su estrella, que movía, encontraba y resolvía. Por si esto no fuera suficiente, a Brooks, un jugador con los cables mentales algo pelados, le dio por meter varios triples en momentos decisivos que entraron como puñales. Acostumbrados a la gloria, escuece apearse tan pronto. La eliminación duele mucho, pero sería injusto cargar en exceso las tintas. Es momento para el agradecimiento por lo hecho hasta ahora. Que es mucho y ejemplar. Tampoco debe preocuparnos en exceso el futuro. Por muy derrotada que esté hoy, la selección ha vuelto a dar muestras de su competitividad y poco a poco va alumbrando jugadores como Nuñez o Aldama (vaya partido el de Santi, brutal) llamados a protagonizar los tiempos venideros.
Lo de año pasado fue algo probablemente único, donde varias conjunciones astrales nos llevaron a lo más alto del cajón. Esta vez hemos cojeado más, ningún jugador ha rozado la excelencia y se nos han visto más algunas costuras. Pero el orgullo competitivo, la conciencia colectiva, el talento y la dedicación siguen estando ahí. Gracias pues por lo disfrutado y nos vemos en el Preolímpico.
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